Esta semana pasada he mantenido dos deliciosas conversaciones, de aquellas de las que uno puede aprender, con dos personas, mujeres ambas. La primera fue en una comida del jueves con la responsable de Recursos Humanos de una gran empresa, una de las profesionales más competentes que conozco. La segunda el sábado, con una pequeña empresaria de aquellas que tiene un sentido común "poco común" (perdonad la redundancia), mientras íbamos a ver el partido de fútbol que jugaban nuestros respectivos hijos. En ambas conversaciones, hablando de entornos algo distintos, surgió la cuestión de la cantidad de gente a nuestro alrededor que hoy en día se siente mal por la situación en la que se encuentra. Los que no tienen empleo, porque no lo encuentran, los que lo tienen, por el mal ambiente, el poco dinero que creen cobrar o lo poco considerados que se sienten. Los que se van a jubilar en los próximos años, por los supuestos recortes sociales que se van a producir en las pensiones, los que reciben subvenciones de los gobiernos, porque les han reducido o eliminado sus partidas, los que … y en fin, un largo etcétera que no acabaríamos nunca. En todos los casos, lo curioso es que la constante es una, nunca uno mismo tiene la responsabilidad de nada de lo que le pasa. El problema es nuestro, pero la responsabilidad y la iniciativa para cambiar la situación, al parecer, siempre dependen de otros o, en el mejor de los
casos, de
la suerte. Después, este fin de semana, reflexiono sobre como me han ido las cosas en los últimos tiempos. Si tuviera que resumirlo, seguramente diría que no han sido tiempos fáciles. Supongo que no lo han sido para la mayor parte de las personas en este país pero, en todo caso, tampoco lo han sido para mi. En conjunto diría que he vivido una etapa profesional y personal muy intensa, en la que han sucedido muchas cosas importantes, significativas. Ha sido un año en el que he tenido que tomar y/o formar parte de la toma de bastantes decisiones que podría calificar de difíciles, decisiones que han requerido mucho esfuerzo profesional e implicación emocional por mi parte. Al mismo tiempo, tengo que decir que si tengo que hacer un balance final tiene que ser necesariamente positivo. Con los aciertos y errores que haya podido cometer, tanto a nivel personal como a nivel profesional, a día de hoy estoy definitivamente mejor que hace un año. En todo caso, hay una cosa que puedo decir con toda seguridad, y es yo soy el único responsable de lo que me haya podido pasar. Por supuesto, podría decir que el entorno me ha perjudicado, o que hay personas que no me lo han puesto fácil precisamente, o que no he tenido suerte o que todo está muy mal y con ello justificar todas las cosas que no han sido positivas. Pero sería un análisis totalmente erróneo.
Finalmente, a lo largo de todo un año, a todo el mundo le ocurren cosas negativas y, si quieres verlas, cosas positivas. Hay momentos en los que te parece que la mala suerte te persigue y, si quieres apreciarlos, momentos en los que te tienes que sentir afortunado. Momentos en los que hay personas que se cruzan en tu camino y parece que te impiden avanzar, que incluso van contra ti y otros, si eres capaz de mirar un poco más allá, donde hay un montón de gente interesante y buena de la que puedes aprender y disfrutar. Así que, definitivamente el balance final de cómo me han ido las cosas no puede depender de lo que me es ajeno, sino de cómo yo, libremente, he decidido vivir y abordar todo lo que me ha sucedido, lo bueno, lo regular y lo malo.
Estoy dispuesto a aceptar que en cierta forma soy “un privilegiado” y que tengo más suerte de lo normal, especialmente si atiendo a mi entorno familiar. Pero en cualquier caso, para resolver aquellas cosas que no me gustan o que pienso que podrían ir mejor, la cuestión fundamental es, debe ser, ¿Qué estoy haciendo yo para cambiar la situación? ¿Va a servir de algo, quejarme constantemente de la “mala suerte” que tengo? ¿Va a servir de algo echarle las culpas al gobierno, a la sociedad de consumo y al gran capital, o a mi amante, mi vecino, mi compañero de trabajo o mi jefe?
Al final, en este país parece que aún no hemos entendido que vivimos en una democracia, que nos hemos hecho adultos, que en una sociedad libre, todos somos corresponsables de la situación en la que nos encontramos. Porque al final, ¿quien paga las pensiones? ¿Quién es responsable de crear empleo? ¿Quién ha elegido a los políticos que nos gobiernan? ¿Quién es el responsable de que no haya buen ambiente en el trabajo? ¿Quién es el responsable de que mi vida sentimental no vaya bien? La respuesta siempre es, debe ser,
uno mismo. Si quieres buen ambiente en el trabajo, empieza por saludar sonriente a tus compañeros, todas las mañanas cuando llegues a tu despacho. Si no hay ofertas de trabajo en tu ámbito de actividad, ¡muévete! empieza desde hoy mismo a mirar que cursos podrías hacer para reorientar tu carrera profesional o, aún mejor, empieza a pensar y a moverte para intentar poner en marcha una nueva iniciativa empresarial. Si no
te gustan los políticos que te representan, piensa bien a quien vas a votar en las próximas elecciones o, aun mejor, plantéate la posibilidad de acercarte al partido que mejor represente tus ideas e involúcrate en su dinámica. Seguro que las cosas no van a cambiar de hoy para mañana, seguro que una sola iniciativa no va a conseguir individualmente un gran efecto. Pero tengo claro que en este país las cosas empezaran a mejorar de verdad, en profundidad, cuando una parte significativa de la ciudadanía entienda que debe dejar de quejarse y ser “espectadora pasiva de sus miserias” y pase a convertirse en "protagonista de su historia".
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